La materia prima del escritor y el poeta

Por Alonso Marroquín Ibarra - 20 de Febrero, 2011, 2:03, Categoría: DIVULGACION. Trabajos y aportaciones

No es de dudarse que muchas personas puedan hacer una mesa, una silla o poner un conjunto de entrepaños entre dos tablas; es innegable también que otros con un cincel y un martillo puedan hacer muescas o darle cierta forma a la piedra así como una buena parte de la población construye su vivienda con los recursos que tiene a la mano, su sentido común y la ayuda de otros que han emprendido con anterioridad ese trabajo.

Con mayores o menores destrezas quien sea puede emprender un objetivo y lograr un resultado, tratándose de cualquiera de las actividades humanas, y ese conjunto de obras o bienes, utilitarios o no, generado por todos los individuos, formará parte de la cultura, imprimiéndole incluso un sello social ya sea por sus similitudes, los colores utilizados, las formas con tendencia preferente, las estructuras más prácticas, fáciles o útiles. Todos los pueblos a lo largo de la historia han dejado vestigios de ello.

Sin embargo en todos los campos del quehacer humano hay diferencias evidentes en lo producido; así, quien se ha especializado en trabajar las maderas sabrá reconocer aquellas que son más nobles para la talla, podrá escoger las mejores vetas para un trabajo ornamental o de chapeado, desarrollará o aprenderá de sus antecesores las técnicas de ensamblado y manejará las curvas, la escuadra y todos los ángulos para crear un mueble mejor en todos los aspectos.

Llegado a este punto es probable que tenga el atrevimiento de crear nuevas formas, de cuidar más la selección de su materia prima, de perfeccionar el pulido, de realizar diseños con incrustaciones incluso de otros materiales, y lograr un acabado con nuevos barnices, ceras o frotamiento.

Un último estadio sería aquel en donde, más allá del valor utilitario que su trabajo significa, este hombre pensara en una creación inimitable, lo que implicaría poner en marcha todos sus recursos para lograrlo: su talento, las habilidades desarrolladas a través de los años, su creatividad y los conocimientos adquiridos. Si pensamos en un librero, el resultado sería extraordinariamente diferente al que haya realiza un paisano que sólo tomó unas tablas, las medio mal corto y a golpe de martillazos las clavó, a ojo, en los largueros, a la distancia que creyó era la correcta. No hay vuelta de hoja: es de mayor valor el librero del primer caso, aunque utilitariamente ambos sirvan para lo mismo.

De manera análoga podemos comparar un jarro hecho con el barro tomado de la barranca de junto con una pieza de porcelana; la herradura de un caballo con una pieza de orfebrería donde convivan los metales preciosos; una casa de barrio con una residencia diseñada por un arquitecto, no digamos con una mezquita o un templo fastuoso de la India; una lapida del cementerio hecha en serie con una escultura de mármol o vaciada en bronce y, por supuesto, podemos comparar también cualquier acomodo de palabras tomadas por ocurrencia o a la buena de Dios, con faltas de ortografía incluídas, con la literatura y dentro de ella con la poesía.

Todos son productos culturales, sin excepción; todos son manifestaciones de la sociedad que los produce. Unos, simplemente, valen más por sus características intrínsecas y otros, por oposición, carecen de valor.

La materia prima, fundamental, del escritor es el idioma; pero, como en el caso del especialista en muebles, no es suficiente utilizarlo sin ton ni son si el objetivo es hacer un escrito con valor. A final de cuentas incluso los analfabetos pueden producir un resultado que puede ser trascrito por un tercero para que prevalezca en papel, pero lo realmente valioso, contiene mucho más que sólo palabras.

El significado, la gramática, el ritmo, la armonía, la observación, el conocimiento, la sensibilidad, la capacidad de síntesis, la investigación misma,  y, por supuesto, la práctica, son elementos vitales, inseparables, para el escritor.

En el caso opuesto se encuentran: la ocurrencia, el desconocimiento del idioma y el significado de las palabras, la utilización por ignorancia de las aberraciones divulgadas por las televisoras y otros medios de comunicación (locaciones por ubicaciones, terapista por terapeuta, promocionar por promover, Telemarketing por telemercadeo, indexar por indicar, aplican por se aplican, etc.), las faltas de ortografía (coser, cocer; casar, cazar; dé, de; éste, este…), el desconocimiento de la sintaxis (no significa lo mismo: "Zapatos para niños importados de España" que Zapatos importados de España para niños"), incluso  el no saber ni siquiera cómo ni cuándo se utiliza la puntuación, que también le da sentido a lo escrito.

Los resultados del oficio en ambos casos serán extraordinariamente diferentes en su valor.

Escribir, sin embargo, no es limitativo ni excluyente y es válido utilizar todos los recursos para transmitir un contenido que se considere de interés para algún receptor. De tal suerte, la palabra escrita tiene que echar mano de recursos, incluso imaginativos, para reproducir un modo de hablar local o de, pongamos por caso, sectores minoritarios o marginales de la sociedad. Aquí caben la jerigonza, el código utilizado en la telefonía celular o en los recursos propios de Internet, los localismos, las palabras caídas en desuso  que prevalecen en algunas regiones (ansinita, ansí), los modismos, neologismos, etc.,  etc., etc.

Los dadaístas "crearon" "poesía" recortando palabras, metiéndolas en un sombrero y sacándolas de manera aleatoria para, después, escribirlas en un papel. El título mismo era "realizado" de manera similar. Como vestigio social de la crisis moral y el desencanto que vivía la sociedad de la época (período posterior a la primera guerra mundial) y como acto de rebeldía contra el arte burgués establecido, el dadaísmo y su producción  es un testimonio que debe considerarse en su justa dimensión, no más.

La decadencia, en cualquier renglón, conlleva el abandono, el desinterés, lo mal hecho, el "a"i se va" tan mexicano, el camino fácil, y si bien es cierto que vivimos en una época de maravillas y, simultáneamente, decadente, no por ello debemos colocarnos en el lado "pinche" de la balanza.

El camino está y la carreta también. Decidamos cómo queremos viajar: ¿como fardos, arrastrados y dando tumbos?, ¿jalando la carreta como los caballos, con sus estrechas viseras?, ¿cómo pasajeros?, ¿cómo polizontes? o ¿cómo conductores?

Juntando las piedritas de ayer,
las que nos estorbaron el camino también,
y las que pulimos con paciencia,
con todas, se harán las Haciendas de las Letras

Alonso Marroquín Ibarra
febrero de 2011 y corriendo

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