Por Alonso Marroquín Ibarra
En cada hora del día
en cada instante nocturno
estando yo vigilante o durmiendo
destella tu imagen
en un flash que no conoce las sombras
como un estroboscopio imparable.
Cada movimiento es recuerdo de pasión y ansias.
En el desfile de todos tus perfiles
se dibuja y desdibuja el porvenir demasiadas veces;
pero no te perturba, te veo firme en la promesa,
y al andar, proyectas tu poder
para trasmutar en realidad cualquier imposible
Y así, me quedo hipnotizado
con cada una de tus proyecciones, mujer amada.
Luego, desechando los tiempos ingratos,
despejo y limpio el camino, me voy integrando,
me vuelvo verbo, palabra, calificativos.
Me cuelgo de los gerundios, que anuncian duración,
estado deseable para los dos, y me la paso:
Evocando
el agua del mar, imán de atractivo inagotable,
y los remansos de piedras cantarinas;
dos almohadas para nosotros, decoradas con pétalos de flores;
los paisajes de nuestra costa, con su gente tostada al sol,
y una terraza apacible, con todo, muchas veces calurosa.
Teniendo
el fuego dentro de la piel,
las lagrimas en el borde por una palabra,
lo realizable al alcance de la mano,
los minutos a paso lento que habitan en cada larguísimo día,
una noche que no termina en la soledad de la cama,
y las ganas inmensas de emborracharme de ti y de la noche
Esperando
una decisión o un momento de impulso necesario
que cambie nuestro derrotero,
dando un marco definido a nuestras vidas,
donde se amplíen, de horizonte a horizonte, las fronteras.
Sabiendo
que hay una tarde tibia, distinta,
que anuncia una noche que no termina,
donde nuestras presencias reinan indefinidamente
en todas las dimensiones,
donde pueden pasear libres las emociones,
las ocurrencias, las sorpresas,
los escarceos espontáneos,
sin temor a que los atrapen y los mutilen,
o peor… los maten.
Amando
en cada momento, sin cortapisas,
a barlovento o a sotavento,
con cada una de nuestras fibras, con toda la piel,
pasando del estruendo al silencio…
con un beso fugaz, con la ternura en los dedos,
aceptando las travesuras del tiempo.
Sintiendo
en un momento, que pellizcamos la eternidad,
donde no habitan peros, ni sobreviven los pretextos,
veo cómo nuestras vidas se empalman:
imagen con imagen, sueño con sueño,
esfuerzo con esfuerzo, beso con beso.
Y así, en cada hora del día
en cada instante nocturno
estando yo vigilante o durmiendo
destella tu imagen
en un flash que no conoce las sombras,
como un estroboscopio imparable.