Chobojos

Por Alonso Marroquín Ibarra

23 de Junio

Francisco, Francisco… Es usted tan predecible y sin embargo, encantador. ¡Mire que hacer metáforas romanas! Festejo su originalidad, aunque todo eso no deja se sonar extravagante. Me atrae demasiado, aunque evidencia actitudes que no van conmigo. El casado que tiene todo para sí, se vuelve demasiado egoísta, se convence de ser el único merecedor: cuenta él y nadie más. Su contraparte espera con paciencia, que sus afanes y dedicaciones, le otorguen una justa correspondencia. Me habló usted de sus pérdidas: sus amistades, preferencias y aficiones. ¿Por qué no compartir todo eso en pareja? ¿Tan malo es? Vea usted mi caso, y juzgue. Desde que vestí de blanco, costumbre que todavía no desaparece en nuestra sociedad, en mi mente sólo hubo una cosa: vivir para siempre con mi marido y para él. Dejando de lado el aspecto doméstico, carga de por sí demasiado pesada, mi vida se ha centrado en hacer que mi esposo viva feliz. No tiene idea de la complejidad que ello significa. Pasado el tiempo de los juegos de cama, que realmente nunca terminan, apenas se está subiendo la pendiente. Los propios deseos se ven supeditados. Hasta los gustos y las preferencias se ajustan. Se busca la armonía y se aprende a vivir con la rutina, que doma al espíritu más rejego. Usted sabe bien que para que las cosas funcionen se requiere orden; imponerlo es una de las funciones permanentes de toda esposa que se digne serlo. Alcanzado un confort mínimo deseable, paridos los hijos, una vez educados y crecidos, el curso natural de la pareja es disfrutarse mutuamente, pero… Ahí empiezan realmente los alejamientos.

Supe que ayer estuvo en la reunión de los Arriaga. Me contaron que se veía usted muy guapo. Tiene muy buen gusto para vestir. Impecable. Lo recuerdo.

Con cariño: Amalia

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Por Alonso Marroquín Ibarra

22 de Junio

Ayer, al regresar de mi caminata nocturna, la vi desde mi ventana, por entre las cortinas, cuando se iba a dormir. Lucía espléndida. Debe saber que me reconozco anclado a usted. Para mí es inevitable; siempre ha sido así. Siento que nuestras almas son continuación una de la otra, hilvanadas en algunas cosillas que bien pueden coserse en firme. Usted me vence, Amalia, es una gladiadora formidable, con su red de encantos, con su tridente argumental y aunque sus lances son mortales, estoy dispuesto a la pelea. Sé que muchas veces es inamovible y eso me debilita, por la facilidad que tengo de ceder. Su determinación es admirable. Pero en cualquier condición, vencido o vencedor, ganaré. ¿Me entiende? Le pido que recuerde nuestras afinidades y fuerzas. Siempre he preferido estar de su lado. Qué mejor que pelear juntos en el gran circo.

Suyo de siempre: Francisco

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