Cuando en la superficie de una chigua * se ve un gusano negro, por cierto de aspecto muy desagradable, el campesino sabe, sin asomo de duda, que todo el chigual está perdido. La aparición del animalejo es una señal fatal que indica que todas las calabazas están infestadas de bichos y no hay nada que hacer para salvarlas. Basta partir con el machete cualquiera de ellas para ver el hervidero de los voraces animalejos y comprobar la dimensión del mal.
En la sociedad existen también indicadores incuestionables del grado de descomposición en la que se encuentra. Así pues, cuando uno se topa con un titular periodístico como el del caso de hoy, es inevitable la pregunta:
¿Cuántos estarán traficando con órganos humanos?
Hace algunos años unos periodistas españoles documentaron el tráfico de órganos en México. Las autoridades brincaron de inmediato y "desdijeron severamente" el resultado de su investigación. ¡Eso era imposible! ¡Cómo podían decir semejante insensatez!
Me viene a la mente la antiquísima fórmula que permite que aquellos ladrones que son atrapados in fraganti al poco tiempo de ser detenidos anden de nuevo en la calles ejerciendo "su oficio": "Te dejo salir, pero de lo que robes tienes que darnos una tajada".
Si el negocio del tráfico de órganos humanos significa llenarse las bolsas con millones de pesos (cientos de miles de dólares), es probable que los traficantes no lleguen a la cárcel y que sean como los gusanos de la chigua, que no se ven hasta que alguno, por ser demasiados, saca el cuerpo fuera de la calabaza.
* Nombre que en la región del sureste mexicano recibe la calabaza de la que se extraen las pepitas.
Al mejor postor, órganos humanos en México
Córneas, en $900 mil; dos riñones, en millón y medio; un médico, detrás del tráfico ilegal