Por Juan Cervera Sanchís

Mientras sueño en Sevilla con los ojos abiertos
y en la estación de Córdoba
los trenes de viajeros son fantasmas azules
y mi doble –nostálgico- mira caer la tarde
frente a un vaso de rubia cerveza en Los Gabrieles,
son las 12 del día en el café Moneda
de la Ciudad de México, a espaldas del Palacio Nacional.
Mi mano escribe absorta ante una negra taza de humeante café
y todo me confunde y se confunde todo:
los carteles de toros, el vendedor de carne de serpiente,
los soldados en guardia, las puertas del museo,
los ciegos, sus bastones, el anís, las semillas curativas.
México viaja lento, en huaraches de luna,
por las estrechas calles de Sevilla y, Sevilla, está aquí
abriéndose en mi alma como un templo de niños jazmineros.
Entre Sevilla y México –nadie lo ponga en duda-
el tiempo y el espacio pueblan de fantasías mi cabeza
y siento que no estoy donde estoy,
y por la antigua calle de La Sierpe
van mis pasos perdidos por los años sesenta,
del remoto y amargo siglo XX,
haciéndose agujeros en el centro irreal de mis zapatos,
de súbito reales y añorantes de México
y uniéndose a esta honda nostalgia de Sevilla
que ahora construye puentes invisibles en mi imaginación.
Sí, van mis pasos perdidos, mientras sorbo despacio
una humeante taza de café en el café Moneda de la Ciudad de México.
Van mis pasos perdidos... y tan honda nostalgia de Sevilla
me lleva por la calle de Moneda y me encuentro en el Zócalo
sin río Guadalquivir, sin Triana, sin Torre del Oro y sin Giralda,
sin los viejos amigos andaluces, aunque hojeando "El Carro de la Nieve",
una humilde revista de poesía, y pensando una carta para Emilio Durán.
Son las dos de la tarde y me pierdo en el Metro, uno más entre miles,
recreando en silencio una Sevilla única de ensueño y miniatura,
y una Andalucía, de alegres gorriones, en los encajes vivos del recuerdo.
Sueño y sueño en Sevilla con los ojos abiertos
y, en la estación de Córdoba, los trenes de viajeros son fantasmas,
entre otros fantasmas, que brindan con doradas y espumosas cañas de cerveza,
en bares que cerraron sus puertas hace tiempo,
mientras que yo, aquí en México, dejo el Metro
en la muy familiar estación de San Cosme,
y camino por calles ya tan mías como Rosas Moreno y Covarrubias
y salgo a Altamirano y me detengo en la tienda del amigo gallego, La Cibeles,
y compro algo de pan y un poco de jamón... y subo la escalera de mi casa
y entro pisando absorto, por más que vivo en México, en Sevilla,
en la luz celestial de Andalucía y, en el tren de las seis,
que llamaban carreta, viajo de Sevilla rumbo a Lora
y, en Azanaque, amo a mi abuelo Pascual que en paz descanse,
al trigo verde amo, a la torre de Lora roja y alta y repicando a fiesta
y recordándome la mirada amorosa de mi madre.
Juan Cervera Sanchís
México D. F., 2 julio 2008
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