Por Constantino Pol
cartas iban y venían;
más, muchas más, quisiera escribirte,
acaso serían una promesa para alcanzarte... ¿las leerías?

Pintura de Diego Rivera
Las teclas de una computadora y los procesadores de palabras, hace muchos años, sustituyeron las líneas de mi caligrafía personal. Quién sabe qué tanto hubiera deducido un grafólogo acucioso, de esos que tienen la pasión por hurgar en la vida de los demás sin ver, nunca, sus propias letras, al recorrer mis garabatos, y con más razón aquellos de contenidos pasionales.
Pocas veces te he escrito de mi puño y letra, sin embargo, recuerdo con precisión una especie de primera plana de periódico, que llené con paciencia de Job, con ocurrencias que surgieron de algún rincón luminoso de mi mente, eso pienso yo. Juntos los detalles, uno tras otro, no con sarcasmo sino con humor, formaron un conjunto singular en aquel lienzo de papel. Fuera de eso, garrapateé en ¿servilletas?, ¿medias hojitas de papel carta?, una que otra cosa que, siempre para ti, se ha escapado de mi memoria.
Nuestra correspondencia, con nosotros muy integrados a la época, fue de teclas, electrónica, de esa que lleva el matasellos de entrega instantánea y que consume más tiempo para escribirla que el que se requiere para recibirla, leerla o eliminarla.
Aquellos tiempos de nuestra juventud donde se contaban los días para recibir una carta, están más que muertos para los internautas. No hay perfume en el papel, no hay colores en el sobre, no hay peso, no hay rasgos personales, no hay cartero a quien preguntarle, ni apartados postales para el secreto. Tampoco hay dilación; todo sucede de inmediato: te escribo, contestas, contesto, contestas otra vez. No hay tiempo para pensar bien y escribir un poema, tampoco hay tiempo para urdir trama alguna que contuviera engaños o historias armadas con truculencia o dolo. No. La personalidad brota desnuda, a veces irreverente, tal cual es; las cosas se dicen en un santiamén por el camino de la fibra óptica quedando uno al descubierto... desnudo.
Los tlac, tlac, tlac y un click, arman la magia de la comunicación, hacen las delicias de los adolescentes y también le permiten al sexo treparse en millones de conversaciones. ¡Cuantos diálogos, promesas atrevidas, fantasías y citas sexuales nacen a cada instante! Se reproducen como sábilas, que casi pueden prescindir del agua, en tierra plana.
Una vez más te escribo, amada mía, con el alto riesgo de no ser leído. Sé de tus dudas o certezas mortales, de la desesperanza que te ha carcomido durante tanto tiempo y que, como un porrazo, hoy rompe tu corazón. Sin embargo, quiero defenderme con toda la fuerza de mi brazo, porque, en justicia, mis años han sido por ti y para ti. Nada más.
¿Cómo abrir el camino de nueva cuenta? Parece un trabajo, como los de Hércules, imposible. La distancia que hoy nos separa no se mide en metros. Ojalá así fuera, empezaría a caminar de inmediato. ¿Cómo alcanzarte, dime, si, día a día, las circunstancias se conjugan adversas, como si las estructurara una mano tramposa, invisible y sistemática, donde yo resulto siempre culpable.
Acaso esta carta digital sea como escribirle al viento, y él mismo, al moverse un poco, borre o distorsione mis palabras y, peor, desdibuje mis pretensiones.
Mi deseo único y final es que se integren las diagonales separadas de nuestra "y griega" y se junten con armonía en un árbol macizo que pudiera dar frutos preciosos.
Amada, siempre amada, fundido con la noche, con mil ideas de locura atormentándome, lleno de sueños imposibles y, a ratos, con una sonrisa estirándose en mis labios secos, te dejo, como en los tiempos anteriores, un beso suave y dulce, amoroso y eterno.