Por Constantino Pol
cambiaron tanto.las cosas...
no es que fuera sólo cosa mía,
sino que ella se mudó en otra persona.
Cuando me desperté, aquella madrugada, tuve un presentimiento de los que resquebrajan el espíritu.
Estaba helado, las cobijas eran un borujo en el extremo de la cama. Por mi mente seguían pasando imágenes confusas, como residuos del mal sueño. La sensación fue como un ferrocarril que se me viniera encima, y yo estuviera inmóvil, inerme siquiera para moverme, sin escapatoria posible a lo que, sin lugar a dudas, era mi desaparición inminente. El montón de hierro seguiría sin haberse dado cuenta de mi muerte.
¿Esperará ella que le dé el portazo a nuestra relación? La pregunta se me apreció de la nada, sorprendiéndome yo mismo, y la siguieron otras tantas: ¿por qué pensé eso? ¿qué estaba soñando?, ¿qué me despertó? ¿en verdad, me quiere?
Como sucede en estos casos, todas las interrogantes se quedaron sin respuesta, pero una espina, por más que hubiera querido que no fuese así, se me quedó encajada.
Con la luna como único foco de luz, iluminando mi cuarto a través de la gasa de la ventana, recorrí cada rincón para hacerme dos preguntas más, que me exigían una respuesta, como si de dos espadas en mi cuello se tratara y que, en caso de callar, harían, perforándome, que se me fuera la vida.
El ferrocarril, las espadas... dos potenciales desastres y dos preguntas que, como si fuera un eterno niño, empezaban también con por qué: ¿por qué, de ella, la evidente y palpable lejanía? y ¿por qué tan fría?
El asunto tal vez fuera el mismo, pero una cosa era cierta, dentro de mí bullía y bulle, sin extinguirse, una pasión; crecía y crece, conforme transcurre el tiempo sin verla; la desazón; me angustiaba y me angustio cuando las circunstancias se conjugan de manera caprichosa evitando nuestro encuentro... Ella permanece inalterable, como si se tratara de ir a comprar un artículo a la tienda que, de no hacerse hoy, puede comprarse otro día.
Siempre fue sería, sí; siempre muy formal, propia y medida en sus emociones, pero me dejaba ver sus sentimientos, reaccionaba a mis caricias, a mis modos rústicos. Me buscaba. Me hacía sentir querido y no sólo como una presencia material.
Podrías darme, al menos, una señal. Tal vez tengo puestas mis esperanzas en un sueño que, demasiado intenso en mí, ya se esfumó en ti.
¡Ah, ojalá pudiera comprender otros mundos!