El pobre chavo no tenía bracitos, ni tenía piernitas; esa era la razón por la que todos sus amigos le decían el Tamalito. Sin embargo, sus carencias nunca le impidieron participar en todo lo imaginable.
Cierta tarde, el Tamalito se encontraba platicando con sus amigos y les dijo.
-Voy a inscribirme en la competencia de natación de los 100 metros. Creo que la puedo ganar de calle. Me cae que sí.
Sus amigos que siempre lo apoyaban, dijeron.
-¡Muy bien, Tamalito! ¡Eso es todo! Estamos seguros que vas a ganar.
Llegada la fecha de la competencia, el Tamalito se presentó con un traje de baño muy llamativo. Todos en la tribuna lo animaban. La porra era impresionante.
-¡Ta-ma-li-to! ¡Ta-ma-li-to!
-Acaba con ellos, Tamalito.
-¡Duro! ¡Duro! ¡Duro!
El Tamalito volteó a las tribunas y sonrió. Dos ayudantes lo acomodaron en la salida, equilibrándolo con mucho cuidado.
Poco antes del disparo de salida, nuevamente sus amigos lo apoyaron:
-¡Ta-ma-li-to! ¡Ta-ma-li-to!
A la señal de salida, el Tamalito se dejó caer al agua y de inmediato tomó la delantera. Los demás competidores no lo creían. Sus esfuerzos eran vanos para alcanzar a nuestro héroe. El Tamalito parecía imparable. De pronto, se detuvo y se empezó a hundir. En las tribunas se escuchó un "Ahhhhh"
El Tamalito no salía a la superficie y fue necesaria la intervención de los salvavidas.
Lo sacaron semiahogado. Sus amigos se acercaron y la pregunta lógica saltó.
-¿Qué pasó mi querido Tamalito? ¿Por qué te hundiste, si ibas a la cabeza?
El Tamalito contesto:
-Hice un esfuerzo excesivo y se me acalambraron las orejas.