Por Constantino Pol

Las calles empedradas de Vallarta
memorizaron nuestros pasos
y el sol presumió nuevos rojos,
que vino a robarse de tus labios.
Cuando escribo para ti, todo queda envuelto en un manto suave, no precisamente delicado, pero sí lleno de vida. Conforme aparecen las letras y se integran, como jugando, en palabras; en la medida en que se arman una a una las oraciones con verbos vivos, conjuntando las calificaciones de excelencia que mereces; así, se van creando y recreando las imágenes que tengo en la mente y se vuelcan en el papel. Vivo cada infinitivo, cada gerundio, cada palabra con sustancia, cada verbo reciproco. Vivo la naturaleza de cada palabra.
Entonces me meto en ese mundo que se va formando. No distingo la realidad de los recuerdos tan vívidos que tengo; no sé, bien a bien, si en ese momento estoy contigo o son mis necesidades, mezcladas con el espíritu del Chartresse verde, las que me lanzan a escenarios ilusorios, de amor amantísimo.
Escribir para ti es estar viviendo por segunda, por tercera, por enésima vez, esa pasión que me desbocó y que yo mismo nunca he podido explicar. Me siento anacrónico. Es como estar vestido con levitón y usar chistera, o un sombrero de hongo, mientras empuño un bastón con mango de marfil y paseo por una alameda esplendorosamente verde. ¿Acaso soy un poeta del siglo XIX? ¿Me han robado el espíritu? Lo que pongo en cada hoja es cierto, porque lo siento –a veces no sé si sólo es mi fantasía -. Pero podría ser el sinónimo de la cursilería más rechazada a los ojos de estos hijos del siglo XXI. ¡No me importa! ¡Me importas tú!
Mis dedos continúan haciendo letras y tal pareciera que los mueve un motor fuera de mí. Escribo, escribo… Ahora mismo estás aquí con tu alta figura de digna señora, siempre digna. En la sobriedad de tu rostro, tus ojos eternamente luminosos, brillan una vez más y siento cómo me delínean. Me miras y me sumerjo en tu luz. Te abrazo y, en una sensación más allá de lo corpóreo, nos llenamos mutuamente de nuestra esencia. Te absorbo y me absorbes: somos una unidad amada y amante.
Una página, otra, muchas más, se van acumulando en las horas… El tiempo deja de existir y no se me escapa la diferencia entre la tarde y la madrugada. Si trinan los pájaros o cantan los gallos me es indistinto, porque eventualmente los escucho. Sólo el frío de las noches largas me regresa y, siendo entonces consciente del cansancio, me abrigo y busco la cama.
Mañana tendré tu cuerpo, viajaré por tus paisajes selváticos y desiertos, te invitaré a recorrer todos los senderos del placer y, en libertad que nos brindamos, el éxtasis nos permitirá una pausa, para volver a comenzar.