Por Juan Cervera Sanchís
Volver viejo y cansado,
empobrecido y triste,
con las manos vacías,
con la sonrisa amarga
y con la sombra rota.
¿Volver?
¡Oh, no! Volver jamás.
Jamás, jamás, jamás.
Mejor morir,
buscar
la manera de que nuestro cadáver
no pueda ser jamás,
nunca jamás,
y jamás nunca,
identificado,
y evitar la tristeza de una tumba,
y la infeliz señal de un epitafio.
Perderse en el gozoso anonimato
de la poesía pura
y en la invisible página del viento;
perderse para siempre
en la voz de la nada
donde todos cabemos.
No volver nunca más,
no volver,
no volver
nunca más.
¡Oh amigos de mi infancia y juventud!
¡Oh amores con sabor a auroras vírgenes!
¡Oh vida siempre huidiza, huyendo siempre!
¡Oh sueños no cumplidos!
No volver, no volver,
no volver ya jamás nunca,
porque volver viejo y cansado,
envejecido y triste,
con las manos vacías,
con la sonrisa amarga
y con la sombra rota,
es mil veces peor que no volver.
No vuelvas, ¡ay!, no vuelvas,
ya no vuelvas,
quema tus naves, ¡quémalas!,
y piérdete en el mar
o en las selvas incógnitas
de la absoluta nada.
México D. F., 25 Febrero 2008