Utilizaba a Amelia cuando quería. Siempre me esperaba en el mismo lugar y yo la utilizaba sin remordimientos. ¡Como me gustaba beber el agua pura de su interior! ¡Lo hacía con tanto placer! Pero llegó Sonia y, entonces, hubo muchos problemas porque, aunque ambas sabían perfectamente que sólo las utilizaba, no por eso dejaban de sentirse algo mal.
Decidí dejar definitivamente a Amelia y la deposité con delicadeza en el desván de mi memoria, en dónde guardo los recuerdos tiernos.
Sonia era casi igual a Amelia, a excepción de unos cuantos poros rasposos en su parte mayor, pero me acostumbré pronto a ellos. La traía de un lado para otro y, a veces, me daba miedo que, por distracción u olvido, pudiese destrozarla.
No sucedió ninguna desgracia pero, entonces, llegó la Julia. Inmediatamente dejé a Sonia, y Amelia era apenas un recuerdo borroso.
La Julia tiene las proporciones exactas y no tengo ya duda de que a ella es a quien deseo por siempre para beber esa agua clara ¡con tanto placer! Y, si no es posible por siempre, al menos mientras su belleza resista el paso del tiempo.
A menudo me encuentro con las otras, pero ya no las utilizó como antes. Ya no podría. Ahora le soy fiel a la Julia.
Mi madre dice que soy un indeciso incurable pero, desde que sólo me importa la Julia, está feliz.
Mi hermano me dijo que iba a utilizar unas tardes a la Amelia.
-No, no me importa en lo más mínimo-, le respondí cuando me preguntó si me importaba. -Es más, te la regalo, si la quieres.
Lo mismo le respondí a mi padre, en relación a Sonia, y no entiendo porqué ese repentino parecido en nuestros gustos. De todas maneras de mis labios no saldrá ningún reproche.
A mi hermana le voy a adquirir un Gabriel o un Fernando, (dicen que son los mejores), para que también ella beba el agua pura de sus interiores ¡con tanto placer! También ella tiene derecho. ¿Por qué no?
Algo más. Fue extraño que la vez pasada en que comíamos juntos con todas ellas, todos nosotros estuviésemos algo ansiosos.
Me descuidé y mi hermano se llevó a Sonia. Mi padre tuvo que conformarse esa noche con Amelia.
Cuando al día siguiente regresó mi hermano, mi padre no le reprochó nada, pero yo le mencioné que se había extrañado mucho de que le quitara sus cosas sin previo aviso.
En fin, no íbamos a tener un percance familiar por unas hermosas tazas de barro, ideales para beber agua fresca, grabadas con nombres de personas, y que me fue comprando mi madre una a una. ¿Verdad?
Leonel Puente Colín