Con la superstición por un lado y la certeza por el otro, Juan deshojaba la margarita. Me quiere, no me quiere, me quiere… Con la misma blancura con que concebía su amor, caían los pétalos en el tapete verde del prado. Me quiere… Sonreía, y sus dedos, con suavidad desconocida, continuaban esa tarea de ilusiones, y los pétalos en la corola se hacían menos. Los sinsabores de sus pasados amores estaban sepultados. La ira, la decepción, el desengaño, todo se había ido. Inés era la causa, se había convertido en su centro. Su infausto pasado, así lo vivía, y sabía también que se engañaba, nunca había sucedido. No me quiere, me quiere… Llegó al último pétalo que confirmó, contra todo, que Inés lo amaba. Saltó con el júbilo de un muchacho. Había hecho bien en poner su vida, su fortuna y su esperanza de ella. La vería por la noche al llegar a casa. Caminó hacia la avenida y entonces la vio. Inés estaba fundida en un beso holliwoodesco con quien había sido el administrador de sus bienes.
Alonso Marroquín Ibarra
año 2007 y corriendo