Los árboles me impresionan y me cautivan: árboles jóvenes unos, muy jóvenes, presumiendo su follaje naciente de verdes claros y brillantes; otros, árboles centenarios -¡cuántas historias podrían contar!- extendiendo sus ramas y verdeciendo una y otra vez, llenos de rumores y secretos, plenos de sabiduría. Al menos eso me parece.
El más pequeño de los árboles es majestuoso, señor de su suelo, y crece sin prisa, bien, en armonía con el cielo.
Ah, y esos ejércitos de árboles gigantes que hacen manifiesta nuestra pequeñez, tocan los brazos de las nubes y juegan a su ritmo con el sol, con la lluvia y con todo lo minúsculo que pasa o vive a sus pies.

Los árboles son la fuerza vegetal dueña de las gamas de
verdes
amarillos
rojos
naranjas
cafés
y en su madera guardan los
naranjas
morados y guindas
el sepia profundo
Oro verde por fuera y, por dentro, oro puro.
Cuando me acuerdo, me impregno más de su oxigeno, crezco, me embriago con la sensación y el mareo de una inspiración profunda.
El aire entra, sale, entra, sale, viaja por mi cuerpo y es un baño interior intenso y profundo.
Árboles de hojas
minúsculas
o inmensas;
con frondas de ramas
flexibles,
quebradizas,
espinosas;
con vaivenes de
valses,
tangos
y sinfonías
Están todos los ritmos en un árbol y toda la música en todos los árboles.
Los años por decenas, centenas y millares van sumándose a sus anillos
Productores de una extensa frescura bajo su sombra, que se entrega humilde, sin tacañerías
Hermanos genéticos del tigre, del cóndor y del hombre.
Todos los árboles se acumulan en una inmensa suma, lo mismo el extraviado en los interminables llanos, que el fornido ejemplar de la selva.
Respiran en su compás, se mueven y crecen, estallando siempre en jubilosa primavera después de renovarse por completo más allá de los otoños y los inviernos.
Árboles de frutos y flores imposibles.
Árboles de extrañas semillas del imaginario de la naturaleza, que en complicidad extraordinaria con animales y vientos, garantizan la continuación de sus especies.
Árboles de resistencia infinita, indoblegables a climas y terrenos, hermanos mayores de todas las plantas, monumentos vivos inmerecidos por el hombre.
¡Árboles, centinelas silenciosos, contra todo: creced y multiplicaos!
Alonso Marroquín Ibarra
año 2007 y corriendo