Unos minutillos, muy pocos, antes de las doce, me puse a pensar cómo remendar todo aquello. Era un verdadero desastre, desgarrones por aquí, pedazos enteros, arrancados, por allá, agujeros, hilachas y jirones. Sólo quedaba eso, No me cupo duda alguna que los perros habían sido entrenados para el exterminio. Sus instructores eran verdaderos profesionales. Habían logrado grandes destrozos en el blanco elegido. Tuve la impresión que además de agujas e hilo fuerte, era necesario rehacer la cosa completa. Pero ¿y la tela?, ¿en dónde se conseguiría?, ¿las tijeras para cortarla? ¿tendría la destreza para realizar el trabajo o simplemente se debía rematar la retacería al precio que fuera? Todo aquello era un desbarajuste absoluto.
Todo sucedió por exceso de confianza de los propietarios. Por dejar la gran responsabilidad de salvaguardar el bien en manos de viles, que se beneficiaron primero alquilando, luego vendiendo y robando grandes pedazos de tela, para, finalmente, permitir que sus amigos e interesados participaran del festín de destrucción, siempre con beneficio para ellos. Era un bien hermoso valioso, entrañable, insustituible… ¡Qué falta de visión! Todos vieron lo que sucedía, ellos mismos, pero no hicieron nada para evitarlo. Siempre fueron convencidos por los depredadores de que todo sería mejor.
Ahora el problema es mío. Pero parece irresoluble. No veo la forma de componer la prenda. Los propietarios empobrecidos hasta la lástima, no tienen dinero para los materiales, sólo deudas, por eso quieren que lo zurza, que lo remiende a como dé lugar. Pero, francamente me declaro incompetente. Creo que es mejor olvidarse de este país y cuidar muy bien, con pasión y celo, lo que queda de él
Alonso Marroquín Ibarra
año 2007 y corriendo