Pensé que por fin habíamos encontrado el rumbo. Volví a sonreír, a soñar. Evocándote cada segundo, me llené el corazón con nuevas esperanzas. Trabajé con tesón para labrar nuestro mañana y te procuré en todo lo que pude, subiendo paso a paso mi escalera de fantasías.
Un día, al volver más temprano a casa, encontré escrita, con tu letra, una carta.
¿Por qué la leí, mi Dios? ¿Por qué?
Se me resquebrajó el alma al darme cuenta que tus palabras eran distintas, claras.
¡Vaya! Un caballero recibirá el mensaje de su dama.
No era para mí el beso que la sellaba.
Alonso Marroquín Ibarra