Profecías del Polvo
Juan Cervera Sanchís
Ilustraciones: Fernando Emilio Saavedra Palma
LOS cuerpos no resisten. Sí, tú lo sabes muy bien. Los cuerpos no resisten. ¡Oh, vuelo de la fortuna y la desgracia!
Sí, Lucrecia y la matriz de Lucrecia clamando.
No, no te asustes. El árbol despeinado, la fatiga... El veredón de nailon colgado de la silla, transformado en horizonte en crisis.
El sudor, lamentándose en las sábanas.
El transistor. ¿Acaso jazz? ¿Acaso bossa nova? El susurro, las sílabas transidas. El asomo del llanto.
-Bésame, bésame, ya no me quieres...
Sí, nadie dura en sí mismo, ni en el otro. ¡Ah, el trino de los autos, la densidad del humo, la calle como dédalo de voces!
-¡Adiós, adiós Lucrecia!
¡Oh el orgasmo, el orgasmo! Efímera manzana, dientes de soledad, huída y busca. Un hombre, una mujer...
Todas las trampas de Dios.
¡Ah, cómo es Dios! Siempre el silencio y, de repente, el grito.
-¿Dónde has estado?
-Vengo.
Nadie puede volver de sus abismos. La vuelta no es posible. El tiempo ido es ido irremediablemente.

Eran y eran muchas secuencias como estas. Cierto: Nietzsche no mató a Dios. Einstein sabía muy poco, casi nada. Freud se extravió en su propia noche. Pero existía Lucrecia. La química y la alquimia.
Existía el divorcio del labio con el beso.
Los cuerpos no resisten.
Ni el odio ni el amor, ni siquiera estas sombras ni tus ojos abiertos de asombro y de tristeza resistirán, ¡ay, mi Niña Nube Negra!, la pena de haber visto un día el sol.

CON el hambre y el miedo se llenaban los cántaros del odio. Se escribía de amor mas no se amaba. Se decían partidarios de lo verde o lo azul y olvidaban al hombre.
¡Era tan triste!
Con razón yo creí volverme loco y gritaba en mis cuevas estos rezos sombríos e incoherentes, enfermos de impotencia que, si hubieran llegado a hacerse públicos, las lenguas de las víboras los hubieran destruido en un instante.
¡Qué desesperación más grande era no tener ni una rama para colgar la angustia bajo la sombra boba del olvido!
Sí, era para cavar y cavar una fosa y enterrar para siempre mi corbata.
Era para sembrar mariguana en macetas en lugar de claveles.
¡Oh, tú, andaluz errante y sediento de imposibles edenes de agua viva!
Pero uno era uno sin remedio. Y seguía contando ceniza de esperanzas, maldiciendo la vida con lengua de Ezequiel.
"...y arrasaré un día los altares y vuestros simulacros serán hechos pedazos. Y así que la muralla haya caído..."
¡Ah qué amargo era ser carne y hueso entonces entre la meretriz, la soldadesca, el carnudo y la dama!

Y había que ser hombre diariamente, roerse las entrañas "muertas
por la crueldad de don Quijote".
"El ciervo viene herido
de la yerba del amor
caza tiene el pecador".
A veces deliraba, lo confieso.

Juan Cervera –Creador de mundos, hacedor de poesía
Profecías del polvo Parte 1 - Juan Cervera
Profecías del polvo Parte 2 - Juan Cervera
Profecías del polvo Parte 3 - Juan Cervera
Profecías del polvo Parte 4 - Juan Cervera