Heme aquí un día 14 de febrero, día del amor y la amistad, después de un martes 13, día aciago para muchos. La superstición también cuenta, ¿no?
Los ingresos de los comerciantes en estas fechas -no pensando en un martes 13, por supuesto- se elevan hasta el cielo. No en balde pensaron muy bien cómo incrementar las ventas después de la famosa cuesta de enero, que a veces es cuesta de febrero, de marzo, de...A final de cuentas no importa demasiado. Somos una sociedad de consumo.
Rubén Darío, el extraordinario poeta nicaragüense, en su poema "Cosas del Cid", cuando un leproso le pide una limosna a Don Ruy Díaz de Vivar, después de buscar en su escarcela (bolsa que pendía de la cintura, donde se guardaban las monedas) al darse cuenta de que "no hay" le dice al precito (condenado a las penas del infierno): «Te ofrezco la desnuda limosna de mi mano»
No se sabe, por supuesto si El Cid se contagió, pero hemos de suponer que no. La idea es poner en alto el valor de la voluntad.
En este día, bueno es saber que la amistad sigue y seguirá existiendo más allá de todo interés.
Te ofrezco mi mano, por siempre.
Va el poema del nacido en la antigua Metapa, hoy Ciudad Darío, Nicaragua.

Cosas del Cid
Rubén Darío
A Francisco A. de Icaza
Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa,
una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
pura como una perla. No se oyen en la hazaña
resonar en el viento las trompetas de España,
ni el azorado moro las tiendas abandona
al ver al sol el alma de acero de Tizona.
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Babieca, descansando del huracán guerrero,
tranquilo pace, mientras el bravo caballero
sale a gozar del aire de la estación florida.
Ríe la primavera, y el vuelo de la vida
abre lirios y sueños en el jardín del mundo.
Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo,
por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano, le detiene un leproso.
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Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.
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Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
-¡Oh Cid, una limosna! - dice el precito.
-Hermano,
¡te ofrezco la desnuda limosna de mi mano!-
Dice el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.
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Tal es el sucedido que el Condestable escancia
como un vino precioso en su copa de Francia.
Yo agregaré este sorbo de licor castellano:
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Cuando su guantelete hubo vuelto a la mano,
El Cid siguió su rumbo por la primaveral
senda. Un pájaro daba su nota de cristal
en un árbol. El cielo profundo desleía
un perfume de gracia en la gloria del día.
Las ermitas lanzaban en el aire sonoro
su melodiosa lluvia de tórtolas de oro;
el alma de las flores iba por los caminos
a unirse a la piadosa voz de los peregrinos,
y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho,
iba cual si llevase una estrella en su pecho.
Cuando de la campiña, aromada de esencia
sutil, salió una niña vestida de inocencia,
Una niña que fuera una mujer, de franca
y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca.
Una niña que fuera un hada o que surgiera
encarnación de la divina primavera.
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Y fue al Cid y le dijo: «Alma de amor y fuego,
por Jimena y por Dios un regalo te entrego:
esta rosa naciente y este fresco laurel.»
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Y el Cid, sobre su yelmo las frescas hojas siente,
en su guante de hierro hay una flor naciente,
y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel.
Saludos y buena fortuna
Alonso Marroquín Ibarra
¿Si pudiera parar esas notas?
Juan Cervera –Creador de mundos, hacedor de poesía