Juan Marsili, guatemalteco, nos hace viajar, con este pequeño cuento a una realidad inquietante. La literatura ha encontrado, en todo el continente, una gran veta –muy redituable-, en los temas de la represión, la tortura y las desapariciones. Marsili no se queda ahí. En sus breves líneas, nos deja ver la repercusión que tales actos han tenido en la sociedad y en las agrupaciones, no siempre honestas, que también hacen su agosto, sacando raja pues, de esa gran tragedia individual y colectiva.
Saludos a la tierra del Quetzal
y a los hijos de la eterna primavera:
Chobojo Master
Al final tuvimos que aceptar la realidad. Ya nunca apareció mi papá. Todos nos echábamos la culpa. Como Santa Cruz era un pueblo pequeño, pensábamos que ¿cómo le iba a pasar algo? Desde hacía dos años le había entrado esa enfermedad tan rara y había perdido la memoria. Lo sacábamos todas las tardes al corredorcito frente a la calle para que se estuviera sentado viendo pasar gente. Una tarde desapareció, y no nos dimos cuenta. Yo iba a la morgue cada vez que aparecía un XX, pero no era él. Decidimos sacar su foto en el periódico pidiendo que si alguien lo miraba por favor nos avisara.
Esa mañana yo andaba por el Parque Central y vi venir el montón de gente con cartelones. Todos tenían leyendas de personas desaparecidas por el Ejército y la Policía.
-¡Puches! Ese cuate lleva la foto de mi viejo en ese cartelón.
-Disculpe mano, ¿y ese señorón de la foto quién es?
-Es mi viejo, usté; el Ejército lo secuestró y nunca volvió a aparecer.
Todos gritaban lo mismo.
–¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Un señor que se paró a tomar un agua en la carretilla de hotdogs, hizo el comentario.
-Lo que pasa es que los de esta ONG agarran todas las fotos de personas desaparecidas que salen en los periódicos y los agregan a sus listados de secuestrados. Por cada persona les dan dinero.
Para mis adentros dije.
-¡Ve qué hijos de la gran…!
Juan Marsili