Recorrer tantos caminos, al tiempo,
me cargó la espalda de recuerdos,
que tengo en buena custodia.
Siguen llenándose de hermanos,
paso a paso, pueblo a pueblo,
y no hay mañana
sin que piense en mis querencias.
En la guitarra, de prima a sexta,
permanecen los atardeceres
y los días soleados;
están guardadas, inseparables compañeras,
las alegría y las tristeza,
las noches de aguardiente
y aquellos amores efímeros
que duraron una sonrisa
o la timidez de un beso extraviado.
Las ganas y los enredos
juguetean todavía,
anticipando enérgicos
una noche larga,
donde se enlazarán
en cuenta infinita,
una vez más
las voces y la guitarra.
Allá en la madera,
desde las caderas y la cintura
hasta el brazo,
las fibras de la encordada,
platican historias,
y dentro, en su caja, habitan
mi vocero y confesor.
Saben que me apropio las canciones.
Me las quedo; y al ser mías, las comparto.
Así, con las manos y las voces,
el viejo llora por los días fugados,
los enamorados emanan dulce y celo,
el alejado toca un pedazo de su suelo,
y hasta el rebelde encuentra lugar.
La música con todos
siempre es cortejo nuevo,
nos subyuga el ritmo,
las letras nos encuentran,
y vive, revive, en cada quien
lo alegre y lo lastimero.
Y todo me lo llevo:
la escala,
los adornos,
las letras
el tiempo,
el piano,
el forte,
los gestos,
los sentimientos,
los compases:
de tres por cuatro,
de uno por dos…
Nuevos días,
noches nuevas,
para compartir
para soñar,
para unir,
para vivir,
para sembrar futuros;
con estas herramientas:
espíritu, guitarra, luna y sol;
y llegar a todas partes
como juglar de tu voz.
Alonso Marroquín Ibarra
año 2006 y corriendo