Libertad, una Reina sin trono
Libertad es una dama imposible,
perseguida y deseada,
nunca realmente desposada.
¡Cuántas infamias justificadas en tu nombre!
Es inconcebible el torrente de sangre vertida en los siglos,
el cúmulo de huesos abandonados en los campos,
las ciudades desaparecidas de los mapas,
la herencia de sufrimientos,
una maldición eterna,
y las pérdidas, que por generaciones
han recibido los hombres.
Todo por buscarte, Libertad,
por invocarte, por seducir en tu nombre.
Siempre en tu nombre.
Libertad, ¿dónde estás?
¿Acaso en el pensamiento dirigido por los medios,
en las calles iraquíes o libanesas,
que siguen abasteciendo de muerte
a los que dicen defenderte y actúan con tu estandarte?
¿Te hayas acaso en el país que te proclama,
ese que engendra niños suicidas,
que prostituye todo y a todos por dinero,
el país de las películas con héroes aberrantes,
falsos justicieros multidelincuentes,
que asesinan, roban y estafan para hacer el bien?
¿De quién eres, Libertad?
¿Eres de unos cuantos, reina de los sueños?
No te merecían los negros, ni los mulatos,
ni los amarillos, ni los cobrizos, ni los bronceados,
al elevarse Hitler por encima de ti,
declarándote exclusiva de los arios, ellos.
Así también no te merecieron quienes fueron muertos
por los emperadores de Roma o de China,
o por los hunos de las llanuras,
que eran libres como los vikingos en los mares,
y se decían libres, ellos,
cercenando cabezas, violando mujeres
robando, destruyendo tradiciones
y quemando todos los pueblos.
Para eso sirvieron los alfanjes, Libertad,
las hachas, las lanzas, los caballos guerreros,
la hoguera inquisitoria y sus cepos malditos,
las torturas con agua, con ratas, el garrote vil…
y hoy los suceden la tecnología,
la bioquímica, la física nuclear
y, cómo pasarlo por alto,
los refinamientos gringos en Guantánamo.
En tu nombre siempre, Libertad y por ti.
¡No perteneces a todos, Libertad! No hoy.
Eres una reina sin trono.
Tienes una grey, pequeñita,
que decide dónde te acomoda,
forjando nuestros pensamientos,
indicando el alcance de nuestros actos,
programando nuestro comportamiento
y, casi, nuestra manera de amar.
Nunca te rindes, Libertad,
pero mueres, una y otra vez,
asesinada por los que te usan y alaban,
los mismos que esclavizan nuestros cuerpos desguanzados,
nuestros espíritus con debilidad creciente
y nuestras mentes perezosas y arrasadas.
¡Vives y mueres en mí, Libertad!
Alonso Marroquín Ibarra
año 2006 y corriendo