
Después de tanta alegría,
de felicidad derrochada en carcajadas, abrazos y besos,
de un júbilo superlativo
donde el pensamiento se afianzaba
a la palabra más deseable: siempre;
pasando la borrachera de los arrumacos
y el tropel de las palabras que acuñaron con su suavidad y ternura,
anclándose bien a un futuro luminoso
donde todo parecía pequeño,
por la superioridad de su amor explosivo,
vino irremediable la hecatombe:
la mortandad, primero, de las mutuas complacencias
y, finalmente, la oxidación de los metales preciosos
que con obsesión fundieron para su vida.
Ahí quedaron ambos, disminuidos, sin soplo de pasión,
con la esperanza, no agotada, sino muerta.
El y ella, buscando el puerto que dañara menos al partir,
culpándose y tragándose la desilusión,
certificando solamente los compromisos ineludibles.
Ahí quedó todo.
Ya no hay hogar, ni lugar para la vida,
no hay sitios ni personas amables,
todo es igual a la amargura,
y los grandes deseos están petrificados.
El dolor se encaja viviendo necio en cada uno
las palabras pasan la raya y extravían su sentido
Los rostros, los amigos, la familia… sobran.
Ambos viven la muerte y matan la vida.
– – –
¿Cómo volver a decir te amo,
apartarme del gris de mis cenizas,
disfrutar el esplendor de los paisajes
entusiasmarme por los colores de la plaza
compartir, pegado a la confianza, mi intimidad
y ofrecer sin condición lo que soy?
¿Cómo salgo de mí para entrar en cuenta nueva al mundo?
Yo soy el Fénix,
heredero de mí mismo y testigo de los tiempos;
soy fuego del fuego y revivo en el regreso;
soy el agua de las montañas, los ríos y los mares;
soy el viento, el amor y el consuelo.
De mis cenizas nazco,
y crezco en un ciclo eterno.
Aquí estaré una y otra vez
para amar y que me amen,
hasta alcanzar el equilibrio;
hasta el fin de los tiempos
de ser necesario.
Yo soy el Fénix.
Alonso Marroquín Ibarra
año 2006 y corriendo