
La pintura urbana no es limitativa. Desarrolla la imaginación en cualquier parte. No sólo las letras y los mensajes encriptados viven en las bardas, en los amplios espacios de muros desnudos.
Las esquinas, siempre sugerentes, ofrecen alternativas de diseño inagotables, donde son aprovechadas las texturas, los colores de los materiales o la pintura original con que fueron recubiertas –esa pintura echada con la "brocha gorda"–.
El medio ambiente, las calles circundantes, los habitantes del lugar, son también parte inspiradora del pintor urbano. A veces, una simple chispa de ocurrencia llega al cerebro de ese ilustrador colectivo y sus manos la transforman en formas, contenidos, invitación o remembranza.
Empresas importantes han contratado diseñadores gráficos para los formar los exteriores de las tiendas, que inviten a los consumidores a entrar en ellas. Sin embargo, es la espontaneidad de esa gente libre que toma las calles para hacerlas suyas a pinceladas la que tiene el sello de la autenticidad, del genio sencillo, que no espera reconocimiento ni remuneración, sino sólo la satisfacción de compartir con otros su anónima creatividad.
Alonso Marroquín Ibarra
año 2006 y corriendo