Alí Primera y su Casas de Cartón
Estoy en la cosmopolita Caracas. El dólar cuesta 12.50 pesos mexicanos (de los viejos pesos mexicanos), 4 bolos (bolívares) de la época. Corre el año 1973 y mi gusto por el café me ha hecho visitar un sin fin de cafetines que se encuentran por todas partes, atendidos, muchos, por portugueses. Caracas ya se me quedó en la sangre, y buena parte de ello se lo debo a su gente. Es una ciudad esplendorosa, con una sinfonía nocturna permanente, ejecutada por pequeñas ranas arborícolas, que más que croar, silban. Ahí conviven las naciones y se mezclan sus culturas. Lo mismo canta el español o cuenta el italiano, anécdotas de la lejana Roma, con su expresiva idiosincrasia, que un mexicano -mi caso- complace a quienes piden una ranchera de José Alfredo Jiménez o el México Lindo y Querido que inmortalizara Jorge Negrete. Caracas es un inmenso abanico abierto de costumbres y una inmensa fraternidad con gran disposición para la convivencia.
-Oye, chico, canta esa vaina que dice… ¿Cómo dice? Que dice… ¡Coño, no me acuerdo cómo dice! La cantaba Antonio Aguilar… de un caballo.
-Ni sabes qué pides, chico. Deja que cante lo que quiera.
-Y cómo no voy a saber qué estoy pidiendo. Es la canción del caballo que…
-¡Ya deja esa vaina! ¡Y tú, Mexicano, no le pares bola a este y canta lo que quieras!
La ciudad es movimiento permanente. La gente vende y compra. ¡La siento tan distinta a Colombia! -de ahí llegué hace unos días. Es moderna en su arquitectura, impresionante en sus autopistas: desde el trayecto de La Guaira a Caracas, el Distribuidor del Pulpo y el Ciempiés, hasta el desnivel que pasa bajo las Torres del Silencio, en pleno centro.
Claro que, ayer y hoy, como sucede en toda nuestra América Latina, pasando las hermosas avenidas caraqueñas, más allá de las esplendorosas urbanizaciones y las plazas comerciales -ya desde entonces al estilo norteamericano- están los barrios, se ven las faldas de los cerros llenos de ranchitos que parecen a punto de desgajarse.
Con derecho a equivocarme por los años transcurridos, creo que fue Xulio Formoso -también cantautor venezolano, nacido en España- quien dijo que los barrios de los pobres, hasta los nombres tienen feos. Así un ejemplo de la época era: Urbanización Paseos de los Chaguaramos, por un lado, y por la otra, Barrio Caricuao o Barrio de Catia (sitio de la tenebrosa cárcel El Retén de Catia). Parece cierto, los nombres de los barrios pobres muchas veces son indeseables: Cartolandia, La Marranera, Salsipuedes, Candelaria de los patos, Bondojito, Barrio El gallito…
En las épocas de lluvia, los ranchitos, pegados por milagro a las faldas cerriles, techados con cartón -láminas de brea- o zinc en el mejor de los casos, eran un aviso de tragedias inminentes.
Qué triste se oye la lluvia
en las casas de cartón.
Qué triste vive mi gente
en las casas de cartón.
Alí Rafael Primera Rosell nace en el estado de Falcón, en la península de Paraguaná. Conoció la pobreza desde pequeño -esa que parece que ha existido siempre- que para nada es exclusiva de Venezuela, ni se presentó hoy por primera vez. No. Es esa pobreza antigua, la de los olvidados de siempre, la que se va con el viento hasta regar su olor en todo el continente. Llegado a Caracas, Alí Primera se gradúa de bachiller e inicia estudios universitarios de Química en la Facultad de Ciencias en Universidad Central de Venezuela. Ahí también empieza a cantar y ya no lo soltaría jamás, hasta su muerte prematura, y no sin cierto misterio, en 1985.
Alí primera vio también la otra Caracas, la marginal, la de dolor cotidiano, la de los desesperanzados.
Viene bajando el obrero,
casi arrastrando sus pasos
por el peso del sufrir.
Mira que mucho ha sufrido,
mira que pesa el sufrir.
Arriba deja a la mujer preñada,
abajo está la ciudad
y se pierde en su maraña.
Hoy es lo mismo que ayer,
es su mundo sin mañana.
Caracas, espejo de México, de Buenos Aires, de Bogotá, de Sao Paulo. Ciudades espejos, unas de otras, con sus casas de cartón, covachas, bohíos, ranchos… y los pobres que ahí habitan, con sus mujeres, sus ancianos, sus niños.
Niños color de mi tierra,
con sus mismas cicatrices,
millonarios de lombrices.
Y por eso qué tristes viven los niños
en las casas de cartón.
Ciudades hermanas, casi gemelas, de inmensos contrastes. Donde los ricos, como dice un viejo dicho mexicano, amarran los perros con longaniza, dando a entender el gran dispendio y el poco aprecio por la necesidad ajena.
Qué alegres viven los perros,
casa del explotador.
Usté no lo va a creer
pero hay escuelas de perros
y les dan educación
pa’ que no muerdan los diarios.
Pero el patrón hace años,
muchos años,
que está mordiendo al obrero.
Y ahí están, mañana con mañana, noche con noche, bregando por la sobrevivencia, con la antena de televisión por encima de los cartones, como un símbolo grotesco de que ellos también pertenecen a la civilización y gozan de la tecnología.
Las casas de cartón, de Alí Primera, se regó por todo el continente, igual que su No basta rezar, o Perdóneme Tío Juan. Eran tiempos donde en algunos países, se iba uno a la cárcel por entonarlas en la vía pública. Eran tiempos donde en Caracas, en Bogotá, En Guatemala, en el Salvador, en Nicaragua, no traer la cedula de identidad era pase seguro para ser guardado por las autoridades mientras se investigaba la condición y situación del paisano.
Las canciones de Alí Primera, fueron cantadas marginalmente, con la gente de confianza, en los círculos de amigos, y se fueron regando como polvorita, llegando a más oídos de los que se hubiera pensado. Era la voz del juglar y muchos nos convertimos en juglares, para pasarlas de pueblo a pueblo, de guitarra en guitarra, de mano en mano.
En aquel entonces, en todas las avenidas, se escuchaba con mucha fuerza, a los grupos que desfilaban gritando a todo pulmón:
-Dame una M
-Eme
-Dame una A
-A
-Dame una S
-Ese
-¿Qué dice?
-MAS
Eran los partidarios del MAS, Movimiento Al Socialismo, en contienda por la presidencia de la república. Alí primera fue miembro fundador del MAS. Carlos Andrés Pérez, el adeco (del partido Acción Democrática) ganó la presidencia por primera vez, perdiendo los copeyanos (COPEI) y toda Venezuela.
Han transcurrido 33 años desde aquel entonces y la esperanza de los que habitan las casas de cartón, ha pasado lejos, muy lejos -no es para nada nuevo- y así, con fatalismo, termina la cruda canción del Alí Primera.
Qué triste se oye la lluvia
en las casas de cartón.
Qué lejos pasa la esperanza
en las casas de cartón.
En México Marco Antonio Solís, el Buki, en su disco “Marco Antonio Solís “, incluyó Casas de Cartón, anotando en el índice las palabras Bonus Track, sin mencionar el título de la canción y sin darle crédito a Alí Primera. En el link al disco, bajen el cursor hasta encontrar 12 Bonus Track, den un click, y podrán escuchar un fragmento de la canción.
Alonso Marroquín Ibarra
junio 13, año 2006 y corriendo