Por acá, sorteando las tormentas cotidianas, mientras el deseo de llegar lejos no cede: voy sembrando semillitas que formarán con buen abono y tiempo, un bosque.
A la par, me lleno de sonrisas, por el atrevimiento –porque a esta edad dedicarse a escribir, lo es–, y con más entusiasmo entro en mis haceres nocturnos: escribir, leer, escribir, leer… El día me roba el tiempo con el trabajo obligado para la sobrevivencia.
Dejo el cigarro entre el cúmulo del cenicero y más humea; oigo el canto cercano de un grillo eterno y sigo tecleando. Esa combinación hace que broten las palabras, los contenidos, las historias. ¡Vaya!
Por allá, lejos, los amores anteriores, los recuerdos aumentados bondadosamente para que no duelan, y se conviertan en una buena experiencia. Así, simplemente.
Retiro la taza de café de mis labios. Está demasiado caliente. Pero el aroma me atrapa, y en una segunda vuelta, con lentitud, tomo un hilo delgado que me recarga para reintegrarme a la noche, mi dulce y eterna compañera.
Dentro de mí está un motor que no se interrumpe, una efervescencia permanente. Si ahora llegaran ideas chocantes con este momento, las desecharía sin misericordia. ¡Fuera! Hoy sólo puede poner un ritmo distinto en el ambiente ese grillo solitario que –¡cosas que ensambla la mente!– siento que se parece a mí.
Alonso Marroquín Ibarra
junio 10, año 2006 y corriendo