Se había marchado mordido de amargura hacía algunos meses. Los días hicieron su trabajo y fueron puliendo a medias las marcas que los dos se hicieron. Broncas de una pareja común.
Cierto día, aunque era de mañana, ella se acostó y se quedó dormida. La rindieron los brincos de los nervios y las preocupaciones en fila. Luego soñó, y soñando, vio que la tarde caía. Estaba acongojada. Lo quería mucho a pesar de los superlativos pleitos circulares. Pensó una vez más que la separación acordada era su última oportunidad después de tanta vida dada, gastada y compartida… Todo un dispendio de corazones. Él se fue y la casa se quedó con ella, con todo lo que juntaron durante demasiados años, cosas que absorbieron la esencia de los dos.
Tocaron a la puerta; acudió y abrió. Parado en el quicio con un papel en la mano estaba él, con el cuerpo disminuido y los ojos gastados de llanto. No pudo sonreír. Sólo le dijo que venía por sus cosas, y le entregó el acta de divorcio.
De golpe ella salió del sueño. Despertó con una angustia y sobresalto inmensos. Vio que la tarde caía; estaba acongojada; lo quería mucho a pesar de los superlativos pleitos circulares. Tocaron a la puerta; acudió y abrió.
Parado en el quicio con un papel en la mano estaba él, con el cuerpo disminuido y los ojos gastados de llanto. No pudo sonreír…
Constantino Pol Letier